Siempre
lo he tenido muy claro. Desde que era niño, yo me quería dedicar al arte, en
especial, a la escultura. Me acuerdo perfectamente cuando iba de viaje en coche
con mis padres, pasásemos por el pueblo que pasáramos hacíamos parada allí en
busca de algunas esculturas. Aunque fueran viejas y ni siquiera se considerasen
arte, pero también me valían. Trataba de buscar las herramientas adecuadas para
crear una obra de arte más adelante. Todo mi alrededor no lo comprendía, no
entendía muy bien para qué necesitaba tener piezas rotas y oxidadas de hierro
en mi habitación. Lo único que conseguiría con eso sería coger la hepatitis o
alguna enfermedad de la que aún no me había vacunado al ser demasiado pequeño
para tenerla. Aún así, me dejaban porque era de las pocas cosas que me hacía
feliz.
Ahora
mismo, estoy casi terminando el grado de Bellas Artes y a pesar de todas las
críticas que me llevo a la espalda desde que decidí estudiar la carrera porque
nadie comprende que pueda elegir una profesión que no tenga futuro o, en su
defecto, las mismas salidas que otras disciplinas como pueden ser ingeniería,
arquitectura o medicina; yo sigo adelante. Hace unos seis meses antes, a tres
de haber empezado el curso, me salió trabajo. Exactamente no sabía de qué se
trataba y lo hablé con varios de mis compañeros, entusiasmado por sentirme que
estaba a centímetros más cerca de cumplir mi sueño, y en cambio ellos no
pensaba igual. Daba la impresión de que no parecían alegrarse por mí, que ni
siquiera les importaba. Ya desde el minuto uno que les enseñé la oferta, me
pusieron pegas, se olían algo. Aunque tampoco me quisieron contar nada para no
desilusionarme, y yo tampoco insistí demasiado.
Se
trataba de un portal para buscar empleo por Internet, pero no era exclusivo de
una rama en concreta sino que podías encontrar ofertas de todo tipo. En mi caso
concreto, se podía apreciar montones de piedras en el suelo y uno mayor en la
carretilla. Había un par de guantes y una pala para picar junto a las piedras
que había en ella. En la descripción se leía "Se busca profesional
especialista en piedra" y en cuanto la leí, envíe mi currículum y todo mi
repertorio artístico. No me esperaba las pésimas condiciones que estaba apunto
de aceptar, y en cuanto las supe, me acongojé, claudiqué y firmé el contrato.
Me repetía a mí mismo que no podía hacer nada, que todos los grandes artistas
empiezan trabajando como becarios en condiciones nefastas e incluso sin llegar
a cobrar ni un duro por su trabajo. A mí al menos me pagarán las tres cuartas
partes del sueldo que gana un veterano del oficio. A los pocos segundos, me
llegó un correo en el que me daban toda la información que me faltaba y debía
saber antes de empezar a trabajar con ellos. Además de la reunión que teníamos
entre manos para enseñarnos los espacios para maniobrar y el almacén donde
tienen guardadas las herramientas.
Yo
seguía sin dar crédito a lo que estaba viviendo, aún no era capaz de asimilar
absolutamente nada y ya se me saltaron las lágrimas de la emoción que sentía en
el momento. No podía creer que estuviese unos centímetros más cerca de cumplir
el sueño que llevo persiguiendo toda mi vida. Aunque para el resto aún
estuviese a a años luz de conseguirlo, e incluso hubiera dado dos pasos
gigantes hacia atrás. Lo único que yo no sabía era que estaba apunto de cometer
el mayor error de mi vida. Me habían citado para volver a ver dentro de 15 días
y ya me estaba mordiendo las uñas de los nervios que jugaban conmigo desde mi
estómago por causar buena impresión hacia mi equipo y toda la organización el
primer día de curro.
Ni
siquiera podía contener las ganas de esconder la ilusión que expresaba mi cara
desde el primer día, no cuando me dieron la noticia sino el momento en que
descubrí la oferta. Sentía euforia y no sabía muy bien cómo expresarlo de cara
al público. No quería incomodar a nadie más que me preguntara acerca de mi
futuro. Ni mucho menos sentirme culpable por lo que podría encontrarme y a
sabiendas de ser consciente de ello, a pesar de estar decidido a cumplir mi
reto. Me daba igual que no sé relacionase con la idea que ya me había hecho, yo
tenía un objetivo en mente y estaba dispuesto a cumplirlo. Trabajar y ganarme
la vida haciendo lo que me gusta: esculpir.
Tras
dos semanas de espera para juntarme de nuevo con mi jefe y conocer a mi nuevo
grupo de trabajo, llegó el momento. Me citaron a las diez de la mañana, aún así
no me pude aguantar más y de los nervios que sentía marché una hora antes hacía
por los posibles imprevistos que podrían aparecer por el camino. Busqué en
Google el tiempo que podría tardar hasta llegar a las oficinas, pero fue mucho
más de lo previsto. Tardé en llegar 45 minutos y menos mal que salí una hora
antes, de haber sido así ya estaría despedido o algo peor.
En
cuanto llegué allí aún no había llegado nadie. Se trataba de un descampado con
piezas de hierro y piedra en desuso. Junto a una pared en donde se indicaba en
un gran letrero WC y había un plano bastante amplio en el que se podía observar
un espacio casi idéntico en el que estaba junto a un alto edificio, que estaba pensado
para construir. Nada más ver todo aquello, me dio mala espina. Ya podía ver las
intenciones de mi jefe al querer contratarme tan pronto, sin ni siquiera
terminar la universidad. Ahora entendía todas las miradas de rabia y pena que
sentían la gente de mi alrededor, y yo sin hacerles caso por estar tan cegado
en mi objetivo. De todas las opciones que se me venían a la mente, esta no era
ninguna de ellas y todo esto, me ha venido como una jarra de agua fría vertida
por el cuerpo en pleno invierno.
Sólo
tenía ganas de llorar en ese momento y gritar tan fuerte la impotencia que
sentía al descubrir toda aquella pantomima. Ahí me di cuenta de la realidad que
escondía la oferta. Quizás había estado tan ilusionado con la idea de encontrar
desde tan temprano un hueco en el mundo de la escultura, que ni siquiera me he
permitido mirar más allá de lo que me decían mis ojos.