Había salido un
momento de casa para dar una vuelta y despejarme un poco. Tenía mil problemas
en la cabeza, y aunque no fuesen importantes, en mi mente cobraban mucha fuerza. No conseguía encontrar ninguna solución que fuese apetecible para
alguno de ellos, y decidí salir a dar un paseo en solitario. Ni siquiera tenía
rumbo, me puse los cascos en cuanto salí del portal y mi vida dio un vuelco.
Todo seguía siendo tan igual a la última vez que
hubiera pasado por donde iba caminando, pero de alguna manera me volvieron a
impresionar los monumentos, las calles y la gente como si fuera la primera vez
que los veía. Me sentía como una desconocida en un lugar que, con los años, se
ha hecho rutina. Me daba la sensación de estar viviendo en una ciudad nueva y,
por un segundo, me inundaron los mismo pensamientos que cuando llegué de la
mano de mis padres a esta hermosa ciudad. Llegué a pensar que volví a tener la
oportunidad de empezar una nueva vida y dejar a un lado todos mis complejos,
miedos e inseguridades que me acobardan y, en cierto modo, me alejan del resto.
Suelo mirar al suelo siempre que camino. No sé si por timidez, vergüenza o la
impotencia que siento al no saber decir adiós a mi pasado. No soy capaz de
quitarme esa máscara con la que llevo conviviendo tantos años. Aunque, de vez
en cuando, suelo mirar al frente durante varios segundos, sin perder la
concentración en la música que escucho ni en sus letras, que canturreo hacía mí
misma sin que nadie más me escuche.
Me considero alguien detallista, observadora y algo
despistada. Ensimismada y absorta en mis pensamientos, mi rutina y todos los
problemas, decido levantar la cabeza y mirar al frente una vez más. Cuando, por
un momento, sin querer, estaba parada en mitad de la calle, en medio del
barullo de gente que pasaba a mi alrededor e iban con prisas, apenas pude
respirar bien del cansancio que sentí y el agobio que me produjo aquellos
largos segundos. Levanté la mirada y empecé a ver a cada persona difundida,
como si padeciera miopía. Tuve la sensación de estar mareada por todo lo que
estaba ocurriendo ya no sólo allí mismo, sino por culpa de todo el cúmulo de sensaciones que estaba viviendo en aquellos últimos 45 minutos. No fui capaz de reaccionar
a tiempo hasta que una voz retumbó en mi cabeza. Una vez que fui consciente de
todo lo que me estaba pasando, volví en sí, me puse en pie y comencé a caminar
de nuevo. Esta vez, volviendo en mí. Necesitaba volver a casa y descansar para
curarme de todos los males. Reduje el ritmo del paseo y empecé a concentrarme en la posible vida que pudiera tener cada extraño que pasaba por mi lado.
Parecían felices, sin tener problemas y sin nada de lo que preocuparse a corto
plazo. Y lo más probable es que no tuviesen miedo a nada, ni pudiera existir
algo que les horrorizara vivir la sensación.
Me paré en seco, sin intención de moverme y el cielo
se ennegreció. Empezaron a caer las primeras gotas de la tarde, y yo no tenía
ninguna gana de moverme sino todo lo contrario, me quería quedar allí. Quería
sentirme viva, quería sentir la lluvia calándome hasta los huesos. El que me
viera y estuviese cuerdo podría pensar de mí que iba a coger una neumonía, pero
me daba lo mismo. No me importaba en absoluto y, lo más curioso, mis problemas
empezaron a desaparecer. Al menos, ya no me pesaban tanto. Ahí comprendí que,
quizás, el resto pensaba lo mismo de mí cuando me veían allí en mitad de la
nada, gritando a los cuatro vientos y bailando bajo la lluvia, sin intenciones
de protegerme de la lluvia para no caer enferma. Tampoco tenía mucho frío. Sólo
llevaba un gorro de lana, sin chubasqueros que me proteja del frío, la bufanda
que me regaló mi hermano por mi cumpleaños el mes pasado y a quien huele
todavía; los vaqueros que estrené por primera vez la semana pasada y llevan
años en mi armario, el suéter que nos hace mi madre a mi hermano y a mí todas
las navidades; y mis zapatillas favoritas que mi madre no soporta vérmelas
puestas porque están rotas y viejas. Acaba de recorrerme un escalofrío por todo
el cuerpo con sólo mirarme de arriba abajo. Creo que he empezado a desaparecer
del mapa. No sé quién soy y lo peor de todo, me siento cómoda siendo así. Y me
sigo preguntando que, podrán pensar el resto de mí, cuando me ven como a una
extraña que pasa por su lado cuando nos cruzamos por la calle.