Eran las diez de la noche, yo ya estaba metida en
cama cuando de repente sonó un ruido extraño. Me encogí. Miré con recelo todo
mi alrededor y lo único que pude ver fueron las sombras que hacían los árboles
del jardín por mi ventana en la pared. No sabía muy bien cómo interpretarlo.
Quería creer que sólo fueran hojas moviéndose. Pero a cada crujido, menor yo
era.
Era extraño. Parecía como si alguien estuviese
tocando la batería con los instrumentos de cocina o como si cada dos por tres
se tropezase con ellos. Sin embargo, me asomé al pasillo desde mi habitación y
lo primero a donde miré fue la cocina esperando encontrarme una sombra ahogando
a alguien. No había nada. Sólo silencio. Parecía que todo sucedía en el momento
en que menos lo esperaba.
No había nadie en casa, esa noche mis padres se
habían ido a llevar a mi hermano de acampada y prefirieron dormir por ahí.
Tenía miedo y el pánico me paralizó por unos
instantes. No sabía cómo actuar y decidí salir de casa para pedir ayuda. Bajé
las escaleras con mucho cuidado para no hacer ruido. Pero mirase a donde mirase
siempre aparecía las hojas del árbol de mi ventana moviéndose y con ella, el
ruido que me hizo encogerme de pies a cabeza con el edredón de mi cama. Poco a
poco, me fui volviendo loca y ya no sabía si lo escuchaba de verdad o todo lo
que veía sucedía en mi cabeza.
Llamé casi sin respiración a mi madre, pero no lo
cogió nadie. Cada segundo que pasaba se aceleraban mis latidos. No podía más.
Miré con la esperanza de ver a alguien y esconderme lo más rápido posible para
estar a salvo sin sentirme idiota por correr y huir de la nada.
No había nadie, pero la escena se repetía
continuamente. Parecía haber entrado en bucle. Ya no sabía si el ruido era
antes o después que la imagen de la sombra formada en la pared, lo único que
supe es que venían de la mano.
Salí corriendo casi a gritos de mi escondite, pero
sin ni siquiera saber cómo volví una y otra vez allí. Era un bucle. Quería
despertar de aquella pesadilla. Quería que llegasen ya mis padres. Tenía tanto
miedo que me volví a la cama, pero allí seguía. De pie, sin dar crédito a lo
que estaba viviendo en ese momento.
…
Desperté.
La escena se repetía continuamente en mi cabeza. No podía
creer lo que había soñado. Era un sueño casi real. Me desperté de un salto y
con la respiración agitada, no podía parar de pensar en todo aquello. A partir de ese día no fui capaz de dormir con la
luz apagada y la ventana abierta para que corriese el aire.