Los vagones corrían a una rapidez infinita. En mi
compartimento, había un señor que podría tener unos 65 años y vestía un traje
gris a juego con la corbata y el sombrero. Yo a diferencia que aquel extraño
señor, quien miraba a la nada mientras sujetaba su viejo bastón, me sumergí de
lleno en las letras que poco a poco iban apareciendo en la pantalla de mi
ordenador. Iba además con mis dos guitarras y la armónica que llevaba siempre
en mi bolsillo. Si perdía la concentración, me ponía a tocarla. Su sonido me
relaja. Al cabo de un rato, perdí toda la concentración y ya no supe qué hacer
para llenar el vacío que me esperaban aquellas dos largas horas de viaje. Opté
por vigilar el paisaje con mis auriculares y, poco a poco, fui entrecerrando
los ojos hasta quedarme dormida. En cuanto me desperté, miré la hora con la
intención de que hubiesen pasado ya las dos horas y ni mi reloj ni el paisaje
hicieron hincapié en que cumplirlo.
Me decidí a sacar de la mochila una pequeña libreta
de color azul y ponerme a escribir un rato. No sabía muy bien de qué hablar y
por mucho que lo intentara, no presté atención a nada de lo que hacía.
Simplemente, pensaba en lo que me deparaba cuando el tren anunciara el fin del
trayecto. Dejé la mirada perdida en el paisaje para observarlo de lleno a modo
de inspiración cuando una lágrima de felicidad resbaló por mi mejilla. De nuevo
me había ido completamente. Vagué por unos segundos entre recuerdos donde los
dos nos estábamos riendo con esas estupideces que nadie más comprende. Me
removí en mi asiento y cambié mi expresión dando a entender que no me encontraba
bien. Necesitaba llegar. Necesitaba saber a qué sabían sus besos o cómo de cálidos
eran sus abrazos. Los kilómetros me hicieron olvidar esos pequeños detalles que
solamente yo sé valorar dentro de una relación. Sentí la necesidad de verlo en
todas partes pero reaccioné a tiempo y volví en sí.
Procuré concentrarme en mi nuevo proyecto, el que se
encontraba en mitad de la mesa con la pantalla del ordenador cegándome y sin
nada de contenido. No hacía más que escribir y borrar. No tenía inspiración, al
menos nada que contar. Supongo que la emoción de poder estar allí y abrazarlo
me inquietó tanto que no pude pensar claramente en ninguna de las ideas que
rondaban por mi mente. No hice más que relamerme los labios al pensar en las
muchas aventuras que podríamos vivir juntos los próximos días. Poco a poco se
fue dibujando una sonrisa en mis labios al mirarlo a los ojos en el último
recuerdo que tengo con él.
Aquel último beso en mitad de la estación, con las
maletas rodeándonos y con sus ojos clavados en mí intentando trasmitirme toda la
seguridad que me falta ahora. Me mordí el labio inferior de la impotencia que
sentí por no estar justo así, ahora ─Pensé. De inmediato, la memoria me jugó
una mala pasada y me idealizó un momento cualquiera en mi ciudad. Íbamos
paseando de la mano cuando pronuncia en un suspiro mi nombre, en forma de
orgasmo. Volví en sí. Sabía que no era cierto por la incongruencia de las
imágenes que fueron apareciendo en mi mente. Me inquieté por unos segundos y
pasmada de aquellos extraños recuerdos cuando la alarma daba por concluido
aquel viaje sonó repetidas veces. No tardé en reaccionar y, en cuanto lo hice,
recogí lo más rápido que pude todos mis bártulos. Me apresuré entre empujones
hacia la salida mirando nerviosa si no me dejaba nada que fuera mío. Mientras
tenía la cabeza en aquella sensación que estaba por venir y tanto ansiaba.
Allí estaba como la última vez que lo vio. Corrí a
paso de película entre la multitud para abrazarlo y dejé en donde pude las
maletas que me ralentizaban aquel momento. Salté al vuelo para fundirnos en un
abrazo cuando la realidad me dio de canto contra ella al recordarme que ya no
estaba. Mi relación ya no existía desde hace seis meses atrás y yo seguí
negándome que fuera cierto. Sin embargo, yo le podía ver. Estaba allí, conmigo.
Nadie era consciente de aquello porque todos decían que era mi cabeza la que me
jugaba malas rachas. Que estaba loca y confundía la ficción con la realidad.
Seguí empeñada que no me había cegado tanto el amor que sentía por alguien pero
no hubo quien me hiciera caso.
…
Me desperté y tomé hilo de la realidad. Había soñado
con la persona de mi vida pero aún no era nadie en la suya. Fue entonces cuando
me di cuenta de que estaba completamente enamorada.
Enamorarse
es la única locura que está socialmente aceptada.
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