Salía de clases de inglés, ni siquiera había salido
del edificio y ya metí las manos en los bolsillos buscando mis auriculares y el
móvil, una vez que los toqué y pude desenrollarlos me los puse casi por inercia
en los oídos, e inconscientemente empecé a deambular entre viejos recuerdos y
alguna que otra lágrima. No levanté la vista del suelo, y apenas escuchaba la
música. Era curioso, porque siempre me gustaba ver lo que pasaba a mi
alrededor, conociese o no a quien estuviese por allí. Pero… esta vez, no tenía ganas más que de tumbarme en la
cama, y dormir. Quería descansar, a pesar de haber dormido mis diez horas de
sueño. Últimamente, las cosas no me iban nada bien, y quería huir de mí aunque
fuese en otra dimensión.
En el camino de vuelta a casa, me topé con una
piedra a la que, desde el primer minuto, le empecé a dar patadas, y no sé si
era por entretenerme o por distracción. Pero, sin saber si quiera cómo ni por
qué, recibí un pelotazo en la pierna izquierda. Me agaché, recogí el balón con
las dos manos, y se lo di a un niño que no tendría más de unos 4 o 5 años,
quien seguidamente y con la cabeza baja de haberme dado en el pie, sintiendo
las disculpas, se fue corriendo sin mediar palabra. Inconscientemente, me quedé
parada, allí mismo, en mitad de la acera, esperando a que sucediera algo, pero
no sucedió nada extraño. Retomé el rumbo, y casi de inmediato, mi instinto me
hizo saber que estaba en lo cierto. Giré mi cabeza hacia la derecha, y pude
escuchar la conversación que mantenían dos adultos, dándole una calada cada
poco tiempo e inmediatamente expulsando el humo con bastante placer, sin la
intención de dejar de fumar por ver al hijo de uno de ellos jugueteando con el
balón por allí.
─ Papá… ─ le llamó a su padre, con insistencia,
tirándole del pantalón por la altura de sus rodillas.
No obtuvo respuesta.
─ Papá… ─ Volvió a insistir.
─ ¿Qué? ─ Contestó su padre, tras darle una calada
al cigarro que sostenía en la mano, y plácidamente, exhaló su humo con la
mirada en las nubes con la intención de que esta vez su hijo no huela el humo.
─ ¿Puedo probar? ─ preguntó señalando el cigarro.
─ ¿El qué? ─ preguntó el padre, esperando
equivocarse.
─ Eso. ─ contestó, señalando más de cerca el
cigarro.
Y casi de un brinco, se levantó su padre, se
atragantó con la última bocanada de humo que había ingerido pocos segundos
antes; que, para mi sorpresa, nada más echarle la bronca y aconsejarle que no
debía de seguir su ejemplo, que fumar mata y perjudica su salud… hasta
haciéndole prometer que en la vida iba a fumar. Vamos, todos esos argumentos
que se vuelven banales cuando quien te los dice no le presta apenas atención a
sus propias palabras. Le dio un par de caladas más y en seguida se sentó en el
banco, fastidiado de lo que le había preguntado su hijo. Tras darle aquellas
dos últimas caladas, tiró el cigarrillo al suelo y apagó la mecha con el pie.
Al momento de sentarse de nuevo, miró inconscientemente
a los ojos de su hijo esperando encontrar una respuesta de lo que le había
preguntado, y éste, le hizo una pregunta que nada más escuchar sus palabras, le
hiló la sangre.
─
Entonces… ¿tú… por qué qué… fu- fumas?
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